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Anécdotas del “profe” Signorini: una vivencia inolvidable, una historia que debe ser leída

En su Instagram personal, el reconocido profesor de Educación Física linqueno, Fernando Signorini, ha empezado a contar algunas historias y a publicar fotos que tienen íntima relación con su vida deportiva dentro de su oficio, con un recorrido brillante, con su presencia en varios mundiales, y con historias junto a deportista del primer nivel que son dignas de observar.

Una de estas historias que ha publicado, parte de su primer libro “Fútbol, un llamado a la rebelión. La deshumanización del deporte”, cuenta una experiencia con uno de los que había sido su preparador físico durante mucho tiempo, Diego Armando Maradona, en el año 1986, antes y después de que comenzara el Mundial que quedará en la historia del mundo por ser uno de los más míticos de todos. En ese marco, La Posta pone de manifiesto esta especial publicación que puede revivirse junto a otras vivencias hermosas de Fernando en el Instagram “signorinifernando”.

La publicación propuesta por el profesor linqueño dice lo siguiente: “En 1986, mucho antes del Mundial, y después de un arduo trabajo, Diego había alcanzado una condición física óptima desde los pies al cuello. Sólo restaba ayudarlo a que su mente se liberara de comprensibles vacilaciones y/o temores que el miedo escénico puede generar y que no en pocas ocasiones termina haciendo estragos en las posibilidades de quien lo padece. Era mi única duda. Si él se convencía, el sueño más hermoso se haría inexorablemente una maravillosa realidad.

La incertidumbre me acompañó incluso durante los primeros días en el complejo del Club América de México, lugar elegido por la Selección (Argentina), como concentración para su vigilia mundialista, hasta que una noche decidí que era hora de ajustar la última tuerca de esa increíble máquina de jugar al fútbol de 1,68 metros de altura.

Después de la cena tenía por costumbre visitar a Daniel Passarella, que permanecía en su habitación víctima de una afección intestinal que terminaría por marginarlo de la copa, sin que -a mi juicio- los responsables de recuperarlo hubieran agotado los medios para hacerlo.

El gran capitán me esperaba con el tablero listo para iniciar nuestro diario desafío a las damas o al ajedrez. Cerca de la medianoche y aburrido de ganarle, me dirigí hacia la habitación que Diego compartía con Pedro Pasculli.

El ‘10’ estaba acostado en su cama, leyendo una revista con la cabeza apoyada en el respaldo y sus piernas flexionadas. Pedrito se entretenía mirando TV cuando, al verme entrar, respondió a mi saludo. Diego ni se inmutó y aproveché para hacerle un guiño cómplice a Pedro, dándole a entender que necesitaba de su colaboración.

– ¿Qué tal, ‘profe’?

– ¿Cómo estás? Yo, la verdad, un fenómeno. ¡Hoy fue un día bárbaro Pedro!

– ¿Por qué? ¿Qué te pasó?

– Mirá…. Hoy me di cuenta de que todos estos tipos que vinieron para ser figuras del Mundial ¡son una manga de cagones!

– ¡Nooooo! ¿De verdad?

– ¡Creeme que sí! En uno de los diarios leí que Zico había declarado que él prefiere una gran actuación de Brasil antes de su lucimiento personal. Platini, más o menos lo mismo. Rummenigge, la misma música…

Hice un profundo, breve y premeditado silencio. Y agregué: ‘Y el que te dije….’

No alcancé a terminar la frase que, aludido directamente y fuera de sí, Diego, en apariencia concentrado en la lectura, revoleó la revista y me gritó:

– ‘¡Pero vos que te creés, ciego de mierda, que es tan fácil como vos pensás!’.

Con voz muy calma y mirándolo a los ojos, le respondí: ‘¿Fácil? ¡Facilísimo, diría yo! Dios le da guantes al que no tiene manos ¡Si yo tuviera tus condiciones, ya ibas a ver!’.

Quiso interrumpirme, pero, fingiendo que estaba enojado, elevé el tono y concluí:

– ‘Convencete de una vez por todas, ¡cabeza de chancho! ¿Si no para qué carajo hicimos todo lo que hicimos? Si te decidís, ganás el Mundial vos solo. ¿Entendés?’.

Retrocedí dos pasos, abrí la puerta y me fui a mi habitación. Mientras, en el corredor retumbaban las sonoras puteadas que me dedicaba, combinadas con las carcajadas de ‘Pedrito’.

Al otro día estaba autorizado el ingreso de la prensa. Una nube de periodistas de todo el mundo se dio cita para dialogar con los muchachos. Como siempre, Diego era la presa predilecta de los reporteros, incluido Bobby Charlton, el inolvidable volante de Inglaterra campeón mundial en 1966. El ‘10’ lucía un excelente humor y la opinión general era que estaba hecho un avión.

Esa noche pasé por su habitación y los vi entusiasmados jugando al truco, así que saludé y me fui. A la mañana siguiente fui a desayunar muy temprano. En el bar, Jorge Valdano y Julio Onieva (el cocinero) charlaban animadamente. Diseminados sobre una mesa redonda, aguardaban los diarios recién llegados. Comencé a ojearlos hasta que un titular me provocó un enorme impacto. En letra tipo catástrofe podía leerse ‘Yo seré la figura del mundial’, y debajo la foto de Diego con amplia sonrisa. Experimente un infinito placer. ‘Ahora sí. ¡Listo el pollo!’, me dije.

Lo que siguió (para mí) fue una especie de ‘Crónica de una victoria anunciada’. Una experiencia fantástica.

Al término de la infartante final contra Alemania, ingresé al campo de juego invadido por centenares de enfervorizados hinchas y, de pronto, nos encontramos con Diego dentro del círculo central. Aún me duelen los huesos por culpa del muy apretado (y emocionado) abrazo que nos dimos. En este momento se le ocurrió hacerme el regalo más preciado que hubiera imaginado. Con voz quebrada y lágrimas en los ojos, me susurró: ‘¡Gracias por todo, ‘Fer’!”.

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