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“Él, nuestro pianista”, por Ezequiel Tujague

Nuestro columnista, que hacía tiempo no aparecía con su escritura en este medio, se le encendió la pluma y escribió sobre el concierto que Aldo Saralegui brindó ayer en el Ateneo Cultural, en el marco del Ciclo de Tango “Cacho Picado”. Allí, presente, Tujague, primero se deslumbró con nuestro artista y, luego, armó la crónica, el relato de un evento poblado de gente que fue materializado a puro talento melódico. Pase y lea.

Aquí, nosotros, que somos uno, en Corazón Amateur nos dedicamos mayormente a escribir sobre deportes, aunque, a veces, cuando quiere, sin apuros, sin tiempo ni compromiso alguno, -ese es el pacto-, cuando ve la luz en algo o en alguien, y cuando inmediatamente se le traslada esa lumbre -de manera imantada, alquímica y emocional- a sus manos, Ezequiel Tujague, nuestro columnista, linqueño de alma, periodista, teatrero y conductor radial también, arma su texto y lo envía, despega la pluma y testifica desde adentro. Y lo hace, siempre, a modo de crónica encendida, profunda y comprometida, como ya lo hecho varias veces para este medio, que les abre las puertas a estos textos por originales, por sentidos.

En ese contexto, Ezequiel, en este caso, habla de Aldo Saralegui, de nuestro pianista, de nuestro talentoso pianista, del concierto que brindó ayer, a sala llena, en el marco del Ciclo de Tango “Cacho Picado”, propuesta recreativa impulsada por el Municipio de Lincoln a través de la secretaría de Cultura y Educación.

Pase y lea.

Podría no haber ido.

Tantas cosas dejamos de lado para hacer lo de siempre. Ahí perdemos.

Nos perdemos lo nuevo, una canción, una nueva experiencia, qué sé yo, tantas cosas perdemos en ese no ir.

La vida perdemos.

Fui.

Y pasan cosas.

Encontrarlo a Aldo Saralegui, en su caminata al hermoso Ateneo Cultural, fue un regalo para mí. Por ir.

Verlo y pararlo. Saludarlo. Cómo no hacerlo. Si casi nos chocamos. Misma vereda. Mismo Lincoln. Y mi admiración.

Ir.

– “Hola, Aldo”, sin darle tiempo, “Ezequiel Tujague”.

– “Qué hacés, ‘tujaguito’”

La crónica debía empezar por aquí.

¿Cuándo empieza un texto?

Un concierto es más fácil de responder. O no. Porque este show empezó antes.

¿Ahí empieza?

Aldo Saralegui camina lento y sereno. Va hacia su concierto que en breve dará para una sala llena de personas. Y lo hará con un piano flamante que tiene semanas en el histórico Ateneo Cultural de Lincoln. Saralegui va caminando.

Lo espera una noche de primavera justo donde pianista y piano harán volar mariposas que saldrán mágicas desde sus manos.

Esa caminata.

¿Qué pensará? ¿Piensa en no caerse por una vereda de pueblo?, tan desarreglada, ahí antes de la Escuela Técnica, por la calle Alvear.

Va pensando sus canciones, seguramente.

Su repertorio. O, quizás, nada.

Porque pensar mucho a veces…

Su caminata en su Lincoln natal.

O sea, no se pidió un remís.

Su caminata.

¿Alguien más lo cruzó como yo? No soy único, a veces parece. Qué error creerse Único. Qué pretensión absurda.

¿Alguien más te cruzó y te saludó y te dijo: “Hoy te vengo a ver”?

Yo lo crucé. De alguna manera, lo crucé.

En el instante justo.

Su caminata. La mía.

Ir.

Le comento que voy al Mubal a ver la muestra de Gorrini y sus invitados que ya están por tocar unas músicas. Pero que vuelvo, le digo.

Y le ofrezco el helado que quiera.

Creo que les gustan los 3 gustos clásicos de Tuyayito, como él.

El encuentro ese, tan así, tan de pronto, tan solo, él y yo, tan de Lincoln, de alguna manera, estimula este pequeño y humilde texto que lo único que quiere es festejar al pianista nuestro, al piano nuevo, al Ciclo de Piano y de Tango; quiere festejar este hermoso piano que ahora tiene el Ateneo Cultural por la gestión cultural llena de amor y propuesta de dos pianistas de aquí: Concepción Rillo y Damián Balarino, con el apoyo de la gestión municipal.

¡Todo muy lindo! ¡Cómo no escribir algo!

¡Además, el piano! Siempre vi tocar a mi tía Sara Julia Tujague ese instrumento.

Ustedes entienden, ¿no?

Un piano.

Si yo pudiera pedir la inmediata capacidad de tocar un instrumento, sería el piano, y serían las manos de Saralegui las que usaría. Bueno. También las de Charly, no sé. ¿Qué pianista me convidan?

Como no, como sí.

Amo el piano por mi tía. Quizás ame la música por ese piano y por sus melodías que ella, mi querida tía, ejecutaba.

¿Cómo no ver a Saralegui gratis en el Ateneo? ¿Cómo lo llamo luego para la radio? ¿Cómo? Sí.

¿Cómo volver a escribir algo publicable?

Damián Balarino, nuestro padrino musical en la radio La Posta, ha motivado muy sutilmente esta reseña. “Una reseña, Tutu”, me dice. Y el Corazón Amateur como portal para trabajar y traerles estas sensaciones de una noche a puro piano.

A puro estreno.

¿Vieron tocar un piano a una persona?

No en la pantalla, eh. En vivo.

Ahí. En vivo.

La sala está repleta, pero quedan diez asientos allá atrás.

Aquí estamos.

Aquí están quienes dejaron algo de su domingo para escuchar tocar a Aldo.

Aldo Saralegui entra a la sala. Negro, impecable. Camisa larga, pero sus manos se ven. Esas manos de pianista.

Inmediatamente se sienta perpendicular a su público. Claro. Somos su público, el de su pueblo. Se sienta. Con su columna recta. En 90 grados. Extiende sus manos y comienza el viaje.

De él. Del piano hecho para sonar. De nosotros.

Empieza. Hace como un arribo de tocar unas teclas y se mete inmediatamente en su canción que ya es de todos.

Ese empezar. Ese romper.

Hay un texto de Leila Guerriero. “Música y periodismo”. Busquen. Dice un hombre a otro: “El primer sonido es importante: es el que rompe el silencio, y debe quedar muy claro cuándo termina el silencio y cuándo comienzas tú”. Escribe Leila: “Entonces, el hombre joven vuelve a tocar y la primera nota ya no es una nota, sino una sustancia venida de otro mundo que se clava en las encías de las paredes mudas y las hace añicos”.

Aldo Saralegui, ahora, camina con sus manos sobre el piano nuevo.

Estamos de estreno.

Nos trajo estrenos. Piano nuevo, canciones nuevas.

Por ir.

El Tango nos trae. Nos trae todo su recorrido. En sus manos, en sus nuevas canciones. Aldo Saralegui vuelve a Lincoln y toca. Eso es este texto.

Le recomiendo, para terminar este momento de lectura, que ponga alguno de sus discos. Yo empecé por “Viejo Zen del alma”, del año 2011. Luego le di play a “Lucero”, de un año antes. No puse “Amatango, del 92; y ya espero “De entrecasa”, del 2021.

Pero, hoy, en este domingo primero de primavera, escuchamos un repertorio plagado de estrenos. De nuevas canciones en un piano nuevo.

Tangos.

Milongas.

Aldo viene y estrena.

Se sigue poniendo nervioso, dice.

Se pone nervioso aquí; en otro lugar del mundo, no.

Decir eso es maravilloso.

Vaya y escriba algo.

Ya tiene material

Como siempre le pasa en sus vueltas a su Lincoln natal, se pone nervioso.

Toca y toca. Antes de finalizar, las luces de la sala se encienden, y él, el pianista, nuestro pianista, puede vernos. Se reconoce con otros suyos de acá.

Toca algo más.

De regalo, dice.

Nosotros decimos “gracias”.

Yo me pregunto ¿se habrá ido caminando?

La noche está cerrada con melodías de Tango en un piano nuevo.

Columna y fotos: Ezequiel Tujague.

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