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“Home office, pandemia y trastornos de sueño”, por Imanol Subiela Salvo y Giannina Bellone para “Anfibia”

Cada noche nos acostamos y cerramos los ojos, pero no logramos dormir. Damos vueltas en la cama, contamos las manchas del techo y miramos el celular. Nos pasa a muchos: casi siete de cada diez personas desarrollaron problemas para dormir durante la pandemia. Las causas: jornadas cada vez más extensas de trabajo, dificultades para conciliar la vida doméstica con el teletrabajo, miedo y preocupación permanente.

Sabrina está sentada en el comedor de la casa. Mira fijo la computadora. Su cara cambia de color según lo que ve en la pantalla. Primero la ilumina una luz blanca. Después gris, amarilla, azul, verde y blanca otra vez. Son las ocho de la noche. Está sentada en esa silla desde las nueve de la mañana. Trabaja en un programa socioeducativo que brinda apoyo a docentes y estudiantes en nuevas tecnologías: ofrecen capacitaciones, acompañamientos y asesoramiento a lo largo de todo el desarrollo educativo. Ella coordina el equipo que luego efectiviza la ayuda en las escuelas. Con la llegada de la pandemia su programa quedó, según dice, “en el foco de la tormenta”: el uso de nuevas tecnologías se disparó y en todos los niveles educativos se incorporaron las clases a distancia. La única manera de atender la demanda fue extendiendo la jornada: las seis o siete horas que trabajaba habitualmente se convirtieron en diez, once y hasta doce horas.

Al comienzo de la pandemia trabajar desde casa parecía sencillo. Solo había que encontrar un lugar donde acomodar la computadora y listo. Pero una casa no es una oficina. El comedor de Sabrina no es el ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires. No está pensado como un lugar para trabajar, con sillas especiales y mesas que no se tienen que vaciar para poner la comida.

Las dificultades para acomodar el trabajo en este contexto fueron uno de los principales factores de estrés durante la pandemia, según un estudio de la Fundación “Ineco”, una institución que investiga el funcionamiento del cerebro y los trastornos neurológicos y psiquiátricos. A causa de estos cambios, muchas personas empezaron a tener trastornos de ansiedad, pensamientos negativos y sentimientos de soledad.

“En muchas industrias el teletrabajo se convirtió en la norma, a menudo desdibujando los límites entre el hogar y el trabajo”, dijo Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS). La computadora no es solo una herramienta de trabajo: por ahí pasa nuestra vida social, nuestra formación y el entretenimiento.

La OMS destacó que las largas jornadas laborales que produjo el teletrabajo aumentan en un 35% el riesgo de presentar un accidente cerebrovascular y en un 17% el riesgo de fallecer por algún problema cardíaco.

Sabrina tiene 35 años, vive en Buenos Aires, y al igual que sus compañeros del ministerio de Educación, sentía que tenía que “estar a la altura de la situación histórica”. Es decir, responder a todas las exigencias casi sin chistar. A medida que pasaban los meses, las tareas se iban adaptando según las necesidades de la pandemia y los roles de cada uno se desdibujaban cada vez más. Entre esas necesidades apareció la de contener personas que se sentían cada vez con más angustia y ansiedad.

—El WhatsApp no paraba —dice Sabrina— y parte de mi trabajo se transformó en acompañar emocionalmente a todo el equipo: contactar a los que se enfermaban o perdían a algún familiar, hablar con ellos, saber cómo se sentían, tratar de estar cerca a pesar de todas las limitaciones.

A las angustias personales se le sumaron las presiones laborales. A Sabrina y su equipo los llamaban todo el tiempo de las escuelas, del ministerio de Educación y de otros organismos del Estado pidiendo respuestas sobre el uso de herramientas digitales. Las jornadas se volvían interminables. Empezó a sentir que todos los días, todas las semanas, eran una misma cosa: ya no podía distinguir el espacio de trabajo del espacio de ocio.

—Si podía cortaba solo para comer o tomar una clase de yoga, pero estaba en un estado de atención y de alerta permanente.

Esta sensación de alerta permanente que describe Sabrina es muy característica del estado de ansiedad generalizada, cada vez más común entre los trabajadores argentinos desde que llegó la pandemia.

Este estado se caracteriza por una excesiva y persistente preocupación y la sensación de miedo constante por las adversidades que genera este contexto. Todo esto provoca que las personas generen actitudes anticipatorias a una “posible amenaza”. En este caso un posible contagio, la muerte de un ser querido o el confinamiento. También va acompañado de un malestar generalizado que puede manifestarse a través de palpitaciones, sudoración, dolor muscular, enrojecimiento de la piel. De repente podés sufrir de agotamiento, inapetencia o falta de energía.

Según el Centro para el control y la prevención de enfermedades de Estados Unidos (Centers for Disease Control and Prevention) la capacidad de sobrellevar estas emociones y el estrés, impactan directamente en el trabajo.

En un informe del Indec basado en encuestas a trabajadores del Gran Buenos Aires, más de la mitad (56,3%) dijo sentir más ansiedad que antes de la pandemia. El 61,5 por ciento fueron mujeres.

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Cada noche, después de acostarse, Pablo empieza a dar vueltas en la cama. Mira el techo. Agarra el teléfono. Vuelve a cerrar los ojos. A veces, si tiene suerte, logra dormirse enseguida, pero ese pequeño oasis de descanso dura poco: apenas unas horas y ya está despierto otra vez.

Pablo no tiene certezas de por qué le pasa. Sabe que hay “algo” que no lo deja dormir. “Algo” que le genera una sensación de ansiedad y preocupación constante. Para dormirse hay que relajarse, abandonar el control y cerrar los ojos. Pero en una pandemia, donde ese “algo” es una amenaza invisible pero constante, es muy complicado dejarse llevar.

Pablo tiene 42 años, vive en Buenos Aires, y antes de que el virus llegara trabajaba en el área comercial y de logística de una distribuidora gráfica. En marzo del año pasado abandonó su escritorio y salió a la calle. El chofer de la empresa era parte de la población de riesgo y dejó de trabajar. Pablo lo reemplazó sin dejar sus tareas.

—Me la pasé alrededor de 10 meses cubriendo al chofer—dice—. Así que pasé a tener la oficina en el camión.

Ahora trabajaba en una oficina móvil y con el doble de tareas. Entre viaje y viaje, si podía, paraba unos minutos: respondía llamadas, mandaba correos, organizaba la agenda. El teléfono era su computadora y el tablero del camión su escritorio.

Mientras Pablo pasaba sus días arriba del camión, su novia trabajaba desde la casa. Ella es parte de la población de riesgo y, de alguna manera, estaba “protegida” trabajando desde casa. Pero él salía a la calle todos los días.

—Nunca puede hacer cuarentena —dice Pablo—. Eso me daba mucho miedo.

—¿Por qué?

—Mi mayor temor era contagiar a mi pareja.

No podía evitarlo. Esas eran las reglas del juego: estar en la calle para trabajar. Con el correr de los meses entró en un estado de paranoia casi constante: tres o cuatro veces al día pensaba que se había contagiado y que al volver a casa contagiaría a su novia. Cuando hacía frío se tomaba la temperatura varias veces por día.

Según una encuesta de la Uade realizada durante el 2020, siete de cada diez encuestados afirmaron que el coronavirus representa una fuente importante de estrés en sus vidas. Los dos temas más preocupantes para la población argentina fueron -y tal vez serán- la incertidumbre y el miedo.

El miedo es un sentimiento generalizado de preocupación. La incertidumbre incluye desde expresiones de temor, ansiedad y hasta pánico.

—A veces entraba a una imprenta o algún depósito y veía gente que no conocía con pocos cuidados —cuenta Pablo—Yo siempre trataba de quedarme afuera, pero no siempre se podía.

Cada vez que volvía a su casa pensaba que, tal vez, podría estar llevando la enfermedad a las paredes de su hogar. Eso pone en riesgo la última trinchera segura: las casas se volvieron fuertes de batalla, espacios que nos separan de eso otro que está ahí flotando en el aire, amenazandonos todo el tiempo. La ansiedad, la paranoia, el miedo, los cambios en las maneras de trabajar funcionan como un cóctel que trastoca todo esa “normalidad” que supimos construir.

***

Durante los meses de la cuarentena más estricta Sabrina se dedicó casi exclusivamente a trabajar sin parar. Empezó a saltear comidas, tener menos tiempo para desconectarse y, finalmente, a dormir mal. Cada vez que se iba a acostar sentía una fuerte contractura, empezó a tener bruxismo y a dormir menos horas. Cada vez que se levantaba sentía que no había descansado nada.

 Como Pablo y Sabrina, muchas personas empezaron a tener trastornos de sueño. En un relevamiento publicado por la Universidad Siglo 21, un 65% de las personas encuestadas afirmó tener dificultades para quedarse dormidas. La mitad dijo que tiene interrupciones en la continuidad del sueño durante la noche y el 60% asegura necesitar más tiempo para poder descansar.

A causa del aislamiento se redujo nuestra exposición a la luz solar y se alteraron las rutinas. Un estudio dirigido por Diego Golombek, doctor en ciencias biológicas y especialista en cronobiología, sobre los efectos del aislamiento en el sueño humano, demostró que las personas durmieron más, pero se acostaron más tarde. Es decir, las personas estuvieron despiertas en horas que antes estaban durmiendo.

Además, a causa del estrés, el sueño no es de calidad. Esto significa que no es lo suficientemente reparador. Como consecuencia, al despertar estamos cansados, perdemos eficiencia y lucidez.

El confinamiento y la masificación del teletrabajo produjeron una revolución sin precedentes para el mundo laboral, de la cual todavía no se termina de conocer el impacto. Por un lado, está claro que ya no es tan esencial la presencialidad y que podemos resolver muchas cosas a la distancia. Por otro lado, la romantización del trabajo en casa significó para muchos una desilusión y un desafío complejo para trazar una línea imaginaria entre la actividad laboral, la actividad familiar y el ocio.

La pandemia provoca estrés en una parte importante de la población mundial e impacta tanto en la salud mental y física de los trabajadorxs. Cuando esto termine algunas preguntas quedarán: ¿es necesario y saludable que una persona trabaje tantas horas? Ya sea en su casa o arriba de un camión.

Mientras tanto intentemos descansar. Como podamos.  

GIANNINA BELLONE PSICÓLOGA

Es baterista amateur y durante toda su vida estuvo en alguna banda de rock. El primer disco con el que inauguró su colección fue El dorado, de la banda Aterciopelados.

Es fanática de dos cosas: los gatos y las papitas onduladas. Por eso, adentro de su casa, siempre podemos encontrar esto y la colección completa de mangas de Sailor Moon.

Es psicóloga recibida en la Universidad Católica Argentina y periodista de TEA. Actualmente está finalizando el Doctorado en Ciencia y Tecnología en la Universidad Nacional de Quilmes. Desarrolló programas de capacitación y nuevas tecnologías para la prevención de accidentes laborales y viales. También fue becaria de Conicet en donde se abocó a un proyecto de investigación para registrar y analizar fatiga y sueño con tecnologías portables

Actualmente coordina el área de Investigación, desarrollo y gestión de proyectos en la Pyme Sistemas Reid. Hace ocho años que se desempeña como docente de la materia Psicología Organizacional en la UCA. Como periodista, colaboró en medios independientes de cultura como redactora y fotógrafa de conciertos.

También es voluntaria y vicepresidenta de la Filial Saavedra de Cruz Roja Argentina. Le cuesta quedarse quieta y liberarse la agenda. En redes sociales es @gcphire

IMANOL SUBIELA SALVO, PERIODISTA

Nació en Trelew en 1994. Vive en Buenos Aires hace varios años y ahora se siente más porteño que patagónico. Mientras iba al secundario estudió piano, pero le gustaría ser dj.

Es periodista y licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de San Martín. Escribió para distintos medios: Tiempo Argentino, La Nación Revista, Otra Parte, La Agenda, Vice en Español y Gatopardo, entre otros. 

Muchas veces le cuesta dormir: se enreda en pensamientos absurdos o se tilda con algo que le pasó en el día. Por eso inventó el newsletter Vueltas en la cama, un proyecto en el que que recopila esas ideas que se le ocurren gracias al insomnio. Pensamientos sonámbulos sobre libros, discos, películas y la vida cotidiana. 

Vive con un gato negro, que además es tuerto. Le puso Sócrates, porque cuando lo adoptó estaba obsesionado con el mundo griego. Pero, como todo lo que hace, después de un tiempo le deja de gustar. Ahora el nombre le parece un garrón y a su gato le dice así: Gato. 

Por algún motivo que le cuesta explicar es fanático de Fito Páez y Charly García. 

QUÉ ES ANFIBIA? LA DEFINICIÓN DE SUS PROPIXS HACEDORXS

Anfibia es una revista digital de crónicas, ensayos y relatos de no ficción que trabaja con el rigor de la investigación periodística y las herramientas de la literatura. Fue creada en 2012 por la Universidad Nacional de San Martín, dentro de su programa “Lectura Mundi”. Anfibia propone una alianza entre la academia y el periodismo con la intención de generar pensamiento y nuevas lecturas de lo contemporáneo.

Creemos en la experiencia de la indagación permanente como método que guía nuestras investigaciones. Buscamos reformular las preguntas: qué contar, porqué y para qué. Varios de nuestros textos son creados en tándem por académicos y cronistas o escritores. El objetivo es lograr que un periodista con recorrido en un territorio, en determinados sujetos o conflictos sociales y culturales, dialogue con un académico que le abra nuevas preguntas. Para el académico, el cruce con la narrativa implica un cambio de lugar y de registro: se abandona el lenguaje expositivo propio de los textos universitarios y se producen relatos que combinan reflexión teórica y calidad literaria.

En los procesos de edición el saber también se construye colectivamente. La discusión y el intercambio con los autores prevalecen ante la idea del editor solitario cuya opinión es una sentencia indiscutible, al tiempo que se diluye la antigua concepción del autor que, encerrado en sí mismo, impone su visión.

Argentina y América Latina encierran todavía una bitácora enorme de historias no contadas. En sus contradicciones y procesos políticos, económicos y sociales surgen sujetos, territorios y conflictos que merecen la presencia del cronista, del cientista social, del científico; en definitiva, del investigador.

En tiempos donde la noticia es un commodity que se copia, pega y publica, Anfibia apuesta a la calidad sostenida en la investigación permanente y a una agenda que busca llegar a lo medular de cada tema sin dejar nunca de ser contemporánea.

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