“La intemperie es siempre “se puso en evidencia, con su magia, en GIDI
Tras haberse presentado en clubes, casas y teatro de otras ciudades, por fin este genial trabajo de linqueñes se pudo subir a las tablas de la casa de la cultura de Lincoln, en las que dejó, sencillamente, la evidencia de una creación increíble, Marcia Giménez, Ezequiel Tujague y Ludovico Fonda se lucieron ante el público de ocasión. Y lo seguirán haciendo, sin dudas, si esta obra continúa poniéndose en escena.
“La intemperie es siempre” es una obra de teatro linqueña magistral que no debería ser contada por ningún relato periodístico, pues, cualquiera de ellos, en su intento de desarrollar lo que su mensaje dice, o lo que recorre la escena completa, podría contaminar, o desviar, la genialidad de este trabajo presentado ayer en la sala del teatro GIDI, de la mano de les actores Marcia Giménez y Ezequiel Tujague, con la dirección y creación de texto del multifacético artista local Ludovico Fonda.
Como se decía, cualquier intento de explicar o intentar contar esta obra en sus conceptos, además de correr el riesgo sólido de ser infructuoso, subjetivo y errático, por la complejidad del producto entero, revelaría parte de una obra que, sencillamente, para disfrutarla enteramente, hay que ir a verla. Y eso sucede porque estxs actores y su director proponen una forma de creación que recorre -arriba de las tablas y abajo- múltiples caminos emocionales. El común y continuo debate con uno mismo en su existencia, las renuncias, el amor escondido, la hipocresía furtiva, el cambio inevitable en nuestras expectativas, los extremos por los que andamos y el amor de fondo, como una espacio de manotazo de ahogado para sobrevivir a la presión que el humano naturalmente se traza, son algunas de las aristas que están en el seno de este trabajo, que, en su desarrollo, evidencia discursos intensos de los personajes Renzo Bevilacua y Minerva, que mutan, sostienen estereotipos, cánones mentales, convencimientos endebles, para luego transformarlos, o querer hacer algo mejor con ellos, aunque, como la obra lo dice, tal vez -por la propia construcción inevitable del deseo, o del sentido, o del pensamiento-, es siempre intemperie, más allá de los arrestos que uno mismo arme para sí, para ser, para sobrevivir.
La magia de esta obra no es sólo discursiva, sino también de ambiente, de elementos en uso, de la sólida manera de actuar de sus protagonistas, quienes, a pesar de que pasen por lo menos una hora hablando, entre escena y escena, nunca se olvidan la letra, al punto tal de hacer y convencer de que ella no está, de que los personajes son reales, de que se han convertido en sus propios ensayos. Y en las ideas de Fonda. Sí. Fonda está allí, en las entrañas de Tujague y Giménez.
Alpargatas, chalecos, ollas cocinando guiso de palometas, una mujer por momentos orgásmica y por otros cínica, la idea del baquiano en La Pampa llana tras haber sido un hombre de dinero y cultura; una dama hablando de otros para, ocultamente, sin mucho sentido, citarse, más allá de que intuya ser nada, también recorren esta creación. Y el narcisismo; la banalidad del nombre, de sostenerlo en escalas sociales; el miedo; la osadía; la idea de prender fuego todo como símbolo de terminación y valentía -como si uno solo no podría hacerlo y ya-; la peligrosa reflexión en el silencio; los monstruos que uno se genera al enfrentarse; y las apenas tibias luces mentales.
Entre todas estas cosas, la idea de un imaginado furor encuentro de fondo, por idealismos o por solo excitación, o por solidificar una especie de heroica renuncia, le ponen vértigo a la obra, esa sensación de que, ante todo lo miserable que uno pueda ser, en el final del deseo se encuentra un espejismo amoroso o amable que se da, aunque, finalmente, por pura complejidad humana, sea eso, solo un espejismo, como todo.
Son éstas solo alguna de las aristas que instrumenta esta obra magistral hecha por linqueñes, profesional hasta la médula. Se nota eso. Los ensayos, las ganas puestas, el pensamiento anterior del autor, que ha hecho un trabajo realmente pretencioso, original, único, como todo lo que hace Fonda, que aparece en el final de este trabajo con su guitarra, animando un baile que parece victorioso, aunque no haya tal vez ningún triunfador en el entramado de esta invención. Los triunfadores, en esa ocasión, son el público y ellos, los protagonistas, que han dado qué hablar y lo seguirán haciendo con este trabajo, que debería sin interminable, inagotable, y eso así debería ser por su capacidad de sorpresa, por su profundidad textual, por su intelectualidad, por sus papeles geniales, y por el silencio de espasmo que genera entre sus acompañantes a modo de público.
“La intemperie siempre” toca a Emil Ciorán, con todo su escepticismo, aunque también el relleno perfecto de La Pampa limpia, o de un guiso de palometas simple, o la majestuosidad de decir, más allá de todas las dudas que esta obra impone, que es bueno llevar versos con uno, andar con ellos, como un tesoro, o como un legado de uno mismo, a como algo sencillamente elegido con convencimiento. Bevilacua lee versos, anda en La Pampa, es baqueano, aunque también, en otros momentos, fue seductor, o deseado, o central entre humanos, con el nombre en lo alto. Todo eso es Bevilacua en esta obra. Y mucho más. Y también lo es Minerva, interpretada por Marcia Giménez, que hace un papel increíble.
“La intemperie es siempre” sucedió ayer en GIDI, aunque ya ha recorrido otros espacios, clubes, teatros, mentes, pensamientos, y lo ha hecho de una manera muy original, única. Y lo seguirá haciendo. Y habrá más de estxs genixs, que, conjugados, han armado la compañía “12 Vigilias”, que traerá más productos como estos, para suerte de la cultura linqueña, y de las personas.