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Seamos Virginie, por Ezequiel Tujague

A Virginie Despentes la invitaría a ver un recital del power trío punk rock femenino Urtikaria. Creo que esa escena, con las pibas tocando en un sótano de capital, en el salón Pueyrredón, hasta en las tarimas cercanas del club Juventud en Lincoln, podría trasladarla al punk rock que Virginie vivió en los ’70, ’80, en sus búsquedas y andanzas underground que no se hallaban fácilmente en su Nancy natal, pero sí en Lyon o ya directamente en París.

Estoy convencido de que ella me diría que sí, que es algo así. Que se parece, aunque ya hayan pasado treinta, cuarenta años.

Dejar todos los complejos. Romperlos. Pintarse el pelo de rojo, una cresta única y volver al otro día después de rockear y pogear toda la noche. Incluso para unos padres de la clase trabajadora eso era inentendible. El rock and roll era una subcultura de clase media y Despentes tuvo que rechazar la cultura obrera de su familia. Y desafiarla. Y se fue a vivir. Una vida sin padres, con sus frescos diecisiete años. 

Quería respirar. Sola.

Se propuso llegar a todos los rincones desde el rock and roll. En esa subcultura había cine, poesía, literatura. Había un lugar para resistir la vida, para correrse de la media, de los lugares comunes que el sistema proponía. El punk rock era un grito a eso y mucho más. Era un lugar para identificarse con otres de la tribu. Un lugar para ser desde la libertad. 

Era y es lo urgente del “no future”, y lo fresco y sin excusas de “hazlo por tu cuenta”, tienes lo que tienes: hazlo. 

Esa actitud la ha llevado a muchísimos rincones a Virginie. Por eso no me parece dislocada ni disparatada la invitación y su aceptación para ver punk rock hecho por mujeres. 

Su escritura es punk, es urgente, dice Virginie, que su planteo de escribir una novela viene del punk. “No sé hacerlo, pero lo voy a hacer a mi manera”.

Escribió su primera novela “Fóllame”, en 1998, que luego fue película dirigida por ella misma. Siguió haciendo cosas: escribiendo, dirigiendo… Pero antes de eso fue todo lo mujer punk que pudo. Le dedicó horas y noches y más noches a ir a conciertos. A andar en la calle, con otres jóvenes que andaban en lo mismo. Virginie vendió discos, vivió la explotación de trabajos que no le interesaban. Rápidamente entendió las contradicciones de sus anhelos y lo que el sistema ofrecía e imponía. La normalidad, a los diecisiete, dieciocho años, aún cuando Berlín tenía su muro y Francia y el capitalismo y sus mercados generaban otros muros, no era algo tentador para esa joven desafiante del mundo adulto, de la autoridad. 

Atraída siempre por la ciudad más que por el interior, siempre buscando experiencias, imposible quedarse con la narración y versión que lxs demás hagan de ellas. 

Escribe Despentes, y ser Virginie Despentes le resulta un asunto más interesante que cualquier otro. 

Escribe un texto que se llama “Teoría King Kong”. Un libro urgente, bien entregado a la subjetividad de Virginie, que todo lo dice. Desde su experiencia destruye las normas y mandatos, y construye una mirada femenina, muy femenina para, desde allí, interpelar al mundo actual, a la relación de géneros, a lo masculino y a la sociedad toda. 

Dice que no escribiría como lo hace si fuera guapa, tan guapa para alterar a cada hombre con el que se cruza. 

“Yo hablo como proletaria de la feminidad, desde aquí hablé hasta ahora y desde aquí vuelvo a empezar hoy”, dice en las primeras páginas de ese manifiesto personal, feminista, presentando el lugar desde donde va a disparar y cuestionar. 

Hay preguntas para todas y todos, porque en ese decir, donde argumenta ideas y ensaya miradas, Despentes también interpela, nos incomoda con preguntas. Bienvenido sea. Pide explicaciones. 

A los hombres, a los dirigentes, a lxs víctimas, a lxs adultos, a la mujer blanca, madre casada que trabaja, pero sin tanta grandeza como para aplastar a su hombre. 

Pregunta: “¿Cómo se explica que en los últimos treinta años ningún hombre haya escrito un texto innovador sobre la masculinidad? ¿Cómo se explica ese silencio?”. 

Es crítica con lo que aún falta de la revolución femenina de los años setenta: no hubo reorganización con respecto al cuidado de lxs niñxs y tampoco del espacio doméstico. Advierte que tanto política como económicamente, no han ganado el espacio público. No están esos sistemas industriales de trabajo que les haya permitido emanciparse. Y luego sentencia: esa organización es aún una prerrogativa masculina. En ese orden doméstico, el dominio es de la madre, es el poder que la mujer ha intensificado: ella sabe todo lo que su hijo necesita. Lo mismo que hace el Estado: siempre vigilante, sabe lo que el ciudadano necesita. “Un Estado que proyecta como madre todopoderosa es un Estado fascista. El ciudadano de la dictadura vuelve a la condición de bebé”. “Se infantiliza al individuo”, dice Despentes. Que tiene esas construcciones sobre el funcionamiento social. Analiza y dispara ideas de clase, intenta dar sus posiciones basadas en premisas muy poderosas. No chamuya. Tampoco se vuelve vulgar ni académica y dogmática. Tira varias postas que deberíamos poner en el debate actual, si realmente queremos avanzar en la liberación de las mujeres. ¿Y los hombres? ¿Qué tal va esa liberación? Deben privarse de su feminidad, lo mismo que cuando las mujeres se privan de su virilidad. Acallar su sensibilidad. Amordazar la sensualidad. No llevar joyas y accesorios no maquillados, no saber pedir ayuda, dar el primer paso primero, mostrar agresividad, tener éxito para pagarse putas, tener miedo de su homosexualidad, porque un hombre de verdad no debería ser penetrado. 

Todo eso dice Despentes porque así lo exige el cuerpo colectivo. Y propone: “Si no avanzamos hacia ese lugar desconocido que es la revolución de los géneros, sabemos hacia dónde regresamos”. “El capitalismo es una religión igualitaria, puesto que nos somete a todos y nos lleva a todos a sentirnos atrapados, como lo están todas las mujeres”, sentencia Despentes.

Es música y es a toda furia. “Teoría King Kong” se lee con punk francés. Con Nirvana, The Libertines, o Mothorhead, aunque también con la sutileza de Air. Voy a leer a una francesa con música hecha en Francia. También podría sonar Duft Punk o Edith Piaf. 

Intento buscarle una sonoridad a esa lectura. A veces con silencios profundos.

Se lee escuchado lo que se te dé la gana. Sin restricciones ni determinismos.

Se lee de corrido para ser devorado en un par de intensas horas. Se lee.

Describe un mundo hostil. Basado en la fuerza y la masculinidad. Hostil para las mujeres y los propios hombres. Ambos víctima del sistema. 

Donde perdemos todos. 

Hay un hecho en la vida de Despentes, una violación. Que intentó callarla o ningunearla todo lo que pudo. Hasta que no pudo más. Otra violación, ahora de una chica conocida, provocó en ella un volcán que entra en acción. Se indignó más que cuando le ocurrió a ella. Pudo entender que la violación es algo que te agarra y de lo que no podés liberarte. Hasta ese momento creyó que la llevaba bien, que su piel era firme y que tenía mucho por hacer antes que permitirse que aquel hecho la traumatizara. “Pero al darme cuenta de hasta qué punto yo veía la violación de mi amiga como un acontecimiento a partir del cual nada sería nunca como antes, acabé aceptando, de rebote, lo que nosotras sentíamos. La herida de una guerra que se libra en el silencio y en la oscuridad”.

Se corrió de ahí. Despentes se corrió de la víctima sufriente para darle significado político al hecho. Resignificarlo. En el ’90 leyó un artículo de Camille Paglia, una norteamericana feminista controvertida que le permitió pensar la violación de una manera nueva. Paglia propone pensar la violación como un riesgo inevitable, como algo intrínseco a la condición de mujer. “Una libertad increíble de desdramatización”, dice Despentes. Y señala: “Paglia nos permitía imaginarnos como guerrilleras, no tanto responsables personalmente de algo que nos habíamos buscado, sino víctimas ordinarias de algo que podíamos esperar cuando se es mujer y se quiere correr el riesgo de ir al exterior. Ella era la primera que había sacado la violación del horror absoluto, de lo no dicho, de lo que no debe ocurrir nunca. Ella hacía de la violación una circunstancia política, algo que debíamos aprender a encajar. Paglia cambiaba todo: ya no se trataba de negar ni de morir, se trataba de vivir con… 

Con… Con toda esa fuerza”, escribe “Teoría King Kong”. Con la intensidad de hacerse cargo. Ahora, los que debemos hacernos cargo somos todxs. 

https://www.youtube.com/watch?v=vafBjuxoWBU&feature=youtu.be

Llegué a este libro el año pasado en una visita y hospedaje en la casa de mi hermana en La Plata. Recuerdo con cuánta ligereza y avidez pasaba y volvía sobre cada frase. A Yanina le debo estas líneas y muchas reflexiones compartidas. 

Durante este inicio de año, de febrero al 1 de marzo, donde éramos felices y no lo sabíamos, “Teoría King Kong” fue obra de teatro nada más y nada menos que en el teatro Nacional Cervantes. Un viernes pude ver una parte de las tres propuestas que la componen. Fue mi última obra de teatro vista. Conseguí entradas en el gallinero, bien lejos, por $115 absurdos, y tuve destellos de invocación a aquella lectura del año anterior. Se lee, se dice, se hace teatro “Teoría King Kong”. Llega a Buenos Aires.

Andrea Bonelli, Mercedes Morán y Soledad Silveyra son las tres actrices que les ponen el cuerpo e interpretan tres textos de “Teoría King Kong”. Dirigidas por Mónica Viñao, Romina Paula y Claudio Tolcachir, respectivamente. Cada dupla trabajó una parte específica del libro. Todo esto conducido por el director Alejandro Maci, a cargo de la dirección del proyecto. Hay una enunciación que debe ser dicha, que debe ser actuada. Las actrices, solas en el amplio escenario, con unas lecturas hechas cuerpo tiran todo el material para desafiar al espectador. Con un acompañamiento de imágenes exquisito que dan marco de sensualidad y deseo. Y hojas que vuelan y se dejan caer en un avance progresivo de actuaciones femeninas de alto voltaje. 

Me encantan estas lecturas directas, certeras, contundentes, sensibles y profundas pero sencillas y entendibles. Antiacadémicas, proletarias e internacionales. 

Dice Despentes que hay que leer mucho. Por goce. Y, quienes quieren escribir, deben leer cantidad y variado. Y leer a los autores que escriben de manera sencilla. Conmueven e interpelan esas vivencias hechas historias narradas, hechas literatura.

Me hacen pensar, así como se presentó la obra teatral en el “Cervantes”. Lo bien que quedaría esa apuesta después, o antes; sí, antes de un recital de Urtikaria en Gidi. Con actrices de Lincoln: la veo a “Conty” Arcos, a Silvina Petralía, a Julia Sigliano, a Soledad Elgue, a Agustina Titarelli, a “Gaby” “chaplin” Riglos, a Marcia Giménez… A todas las veo siendo esas mujeres que dicen y arremeten. Se me ocurre lo poderoso de tal intervención. Despentes nos queda bien. Es una voz justa, necesaria para estos nuevos tiempos de reivindicaciones y emancipación femenina. Porque su escritura es un grito que debe ser dicho y escuchado, muchísimas veces. 

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